Sugerencias para autores de microrrelatos

En esta sección, “Sugerencias para autores de microrrelatos”, que va creciendo sin prisa pero sin pausa, doy algunos consejos que pueden ayudar a los microrrelatistas a la hora de escribir sus narraciones cortas.

Son apuntes tan breves que sería un error catalogar esta sección de taller literario. No obstante, estas sugerencias, insisto, pueden ser útiles para incitar a quienes escriben microrrelatos a ampliar sus horizontes creativos, y pueden ayudar también a los profesores de cursos de escritura creativa.

Cada sugerencia está organizada de la siguiente manera:

  1. La propia sugerencia (en forma de título).
  2. Una breve explicación de dicha sugerencia.
  3. Un microrrelato que ilustra cómo podría ser esa sugerencia llevada a la práctica.

En principio pensé hacer esta sección solo con textos míos. Luego concluí que sería mejor si, además de mis microficciones, incluía las de otros autores. Creo que fue una decisión acertada y que el lector lo agradecerá.

Las sugerencias se ofrecen en orden cronológico de publicación descendiente, es decir, las “nuevas” sugerencias se leen arriba, y abajo las más antiguas.

Espero que esta sección de microrrelatos cumpla su misión.

Francisco Rodríguez Criado, escritor y corrector literario.

El mejor microrrelato de la Historia


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SUGERENCIAS PARA ESCRIBIR MICRORRELATOS

Francisco Rodríguez Criado

9. Escribe un final climático

El microrrelato es un género literario que casa muy bien con el final climático. Me refiero a esos finales que se leen como una explosión narrativa, y hacen resplandecer el resto de la historia. Ese que deja K.O. al lector.

Lo vemos en este microrrelato de Thomas Bailey Aldrich (1836-1907), titulado “Mensaje”. El relato tiene tres frases. Las dos primeras nos introducen en la historia, nos preparan, por así decirlo, para el golpe en la mandíbula que nos hará caer sobre la lona. La última frase, de tan solo tres palabras, es el aldabonazo que convierte esta minificción en inmortal.

Mensaje (Thomas Bailey Aldrich)

Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.

8. Deja que el lector construya (casi) todo el relato

Quizá hayas leído un cuento sin título atribuido a Ernest Hemingway que en inglés solo tiene seis palabras (“For sale: baby shoes, never worn”), y siete si lo traducimos al castellano: “Se venden zapatos de bebé, sin usar”.

He leído en Internet que este cuento solo tiene una lectura posible, pero estoy convencido de que si nos hubiésemos topado con estas siete palabras sin la percha de cuento, por ejemplo, en una tienda online que vende productos de particular a particular, tipo Wallapop, cualquiera pensaría que se trata de unos simples zapatos que se venden porque los niños, como es sabido, crecen muy rápido, y se les suele hacer tantos regalos de recién nacidos, que en este caso, cuando sus padres quisieron ponérselos, ya se le habían quedado pequeños. O quizá -sigo conjeturando- se trate de un stock de una tienda de artículos de bebé que pretende agotar sus existencias.

Pero aquí, ya sea ha dicho, estamos ante un cuento, y lleva nada más ni menos que la presunta firma de un Premio Nobel, por lo que el lector accede a él desde un sesgo narrativo.

¿Qué habéis entendido de estas siete palabras? A buen seguro, que se venden esos zapatos porque el bebé ha muerto, ¿verdad? Y, además, no pensáis que sea el padre quien ha puesto el anuncio, sino la madre, ¿verdad? (Apuesto cualquier cosa a que he acertado en las dos ocasiones).

En fin, de un modo otro, lo que se dice en ese supuesto anuncio, si eliminamos el contexto que ha prefabricado nuestra mente, es que se venden unos zapatos de bebé sin usar. Nada más. No se habla de muertes prematuras, ni de padres ni de madres, ni de dolor, ni de la ausencia de un ser querido. Quien construye todo esto (lo que conforma el cuento propiamente dicho), es el lector. Y si este lector (o lectora) ha perdido a un bebé, o bien conoce a alguien de su entorno que lo ha perdido, es probable que su imaginación y su sensibilidad se pongan a flor de piel.  

Al concederle la etiqueta de cuento a estas siete palabras, y al unirlas a la figura de Hemingway, digo, no podemos evitar introducirnos en una ficción dramática con un desenlace fatal. Pero no es el autor quien construye ese drama; él o ella se limita a lanzar el guante para que sea el lector quien lo recoja y haga el resto.

Así pues, esta podría ser una buena recomendación: Deja que el lector construya (casi) todo el relato. Es algo difícil, muy difícil de conseguir, sobre todo si empleas solo un puñado de palabras, pero por intentarlo que no quede…

7. Escribe un final ‘ad infinitum’

Algunos microrrelatos parecen no tener final, pues lo que en principio podría ser considerado como tal se acaba replicando hasta el infinito, generando así cierta sensación claustrofóbica en el lector. Hablamos de historias inconclusas que, llegadas a un punto, siguen y siguen y siguen… sin avanzar en la trama.

Lo vemos en este estupendo microrrelato de Antonio Fernández Molina (no confundir con Antonio Muñoz Molina) titulado “El huevo cascado”.

EL HUEVO CASCADO (Antonio Fernández Molina)

En la miseria, un huevo es cena frugal y sueño tranquilo: lo cogí en mis manos y lo casqué para depositarlo en la sartén. En lugar de la clara y la yema, salió un hombrecillo en todo semejante a mí. Cascaba un huevo sobre la sartén y salía otro personaje, aún más pequeño, que también se me parecía, con un huevo en la mano. Y así indefinidamente…

6. El dolor no es ‘per se’ un valor literario

¿Se ha muerto tu perro y estás triste? Si escribirlo tal cual te ayuda emocionalmente, adelante, pero si tu objetivo es hacer literatura, tendrás que ser menos obvio y seducir al lector con una propuesta elegante e imaginativa.

No caigas en la trampa de creer que el dolor es en sí mismo un valor literario. Huye de discursos lacrimógenos directos. Lo literario no es el dolor, sino la forma de transmitirlo.

Mira cómo lo consigue Lydia Davis en su microrrelato “Pelos de perro”.

PELO DE PERRO (Lydia Davis)

El perro se ha ido. Lo echamos de menos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos tarde a casa, no hay nadie esperándonos. Seguimos encontrándonos pelos blancos aquí y allí por toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él. No los tiramos. Tenemos la esperanza de que si recogemos suficiente pelo, seremos capaces de recomponer al perro.

5. Inserta el elemento macabro

Lo macabro es un elemento desagradable en la vida real, pero puede funcionar muy bien en la literatura. No en vano, estudiados con ojos nuevos, muchos de los cuentos con los que crecimos tienen ingredientes macabros.

El microrrelato “El verdugo”, de Arthur Koestler, no es un cuento infantil, pero no cabe duda de que es muy macabro de principio a fin. Y, sin embargo, uno termina leyendo la historia con una sonrisa en los labios.

El Verdugo (Arthur Koestler)

Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.

Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:

–¿Por qué prolongas mi agonía? –le preguntó–. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!

Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:

–Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.

4. Confronta realidad y sueño (y viceversa)

Realidad o sueño. Sueño o realidad. Esta dicotomía da mucho juego en la literatura. Ahí está, para confirmarlo, este famoso “Sueño de la mariposa” del filósofo chino Chuang Tzu..

Para demostrar que el sueño versus realidad es un tema filosófico y literario que viene de lejos, bastará recordar que Chung Tzu vivió entre los años 369 y 290 a.C.

Sueño de la mariposa (Chuang Tzu)

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

3. Usa la parodia para tratar un tema serio

Este microrrelato del polaco Sławomir Mrożek, “Revolución”, destila humor paródico para tratar un tema serio, de corte político-social. Eso es lo que se entiende si el lector no cae en la trampa de pensar que la historia es una sucesión de cambios de sitio del mobiliario de una habitación, fruto del aburrimiento.

Microrrelato de Sławomir Mrożek: Revolución

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.

Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.

Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.

Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.

Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.

La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.

Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.

Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.

Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario.

Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.

Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.

Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio—es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.

De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.

Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.

Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.

«Revolución» de Sławomir Mrożek, incluido en el libro La vida difícil.

2. Reescribe la mitología

Reescribir historias mitológicas puede ser una buena manera de ofrecerle algo «nuevo» al lector a partir de algo «viejo».

Cuanto más conocidos sean los personajes mitológicos que citas, más fácil será que el lector capte el juego literario.

Microrrelato de Francisco Rodríguez Criado: Adiós, Penélope

No es cierto que Ulises terminara sus días al calor de Penélope. De regreso al hogar, las aves le contaron que la paciente Penélope le había sido fiel durante veinte años y que había rechazado a numerosos pretendientes mientras tejía su moroso tapiz. Y Ulises, empujado por sus complejos de inferioridad, sintió miedo de no estar a la altura moral de su amada. Entonces, cuando estaba arribando a las costas de Ítaca, decidió darse media vuelta y volver a los brazos de la ninfa Calipso a sabiendas de que el bueno de Homero ya arreglaría el asunto.

Francisco Rodríguez Criado, Los zapatos de Knut Hamsun, De la Luna Libros, Mérida, 2017.

1. Crea una anacronía

Una anacronía involuntaria es un horror, pero si se usa a propósito, con intencionalidad literaria –y el lector así lo percibe–, puede dar mucho juego en un relato breve.

Microrrelato de Francisco Rodríguez Criado: Cleopatra en mi apartamento de Harlem

Cleopatra salió del baño, por fin, envuelta en un albornoz blanco. Estaba más hermosa que nunca. A pesar de mi malhumor, tenía que reconocer que la espera había merecido la pena.

Reclinado en el alféizar de la ventana, impasible, seguí fumando un cigarrillo. La escasa luz que provenía del baño confería una atmósfera especial a la escena.

–Me gusta tu albornoz –dijo recreándose en su tacto–. ¿Sabías que es algodón egipcio cien por cien?

–Si tú lo dices…

–Admiro a los tipos como tú. Sabéis apreciar las cosas buenas de la vida.

Di la última calada y lancé la colilla a la calle.

–Quiero preguntarte algo –dijo caminando hacia mí mientras se acicalaba el cabello, aún mojado–. ¿Me quieres?

Sus ojos brillaban en la penumbra del apartamento.

–¿Es una broma? –pregunté.

–¿…?

Su rostro era la más pura expresión de extrañeza que he visto jamás.

–No eres de fiar –me apresuré a decir. Sin contemplaciones. Había que ir al grano–. Intrigaste para matar a tu hermano Ptolomeo XV, engatusaste a Julio César para que enviara sus tropas a Egipto a defender tus intereses, llevaste a Marco Antonio al suicidio… –Ella no daba crédito a sus oídos–. Y por si fuera poco tú t…

–¡Para, para! –acabó por estallar–. O serás capaz de acusarme también del incendio de la Biblioteca de Alejandría, ¿verdad?

–Claro que sí… Indirectamente, al menos.

Sus ojos, antes luminosos, despedían ahora furiosos dragones que me amenazaban con sus dentelladas.

–¡No he venido aquí para que me des una clase de Historia! Ni para escuchar un sermón. Dijiste: “Ponte cómoda mientras sirvo un par de copas”. Y ya ves…

–¡Eso fue hace hora y media! Y no me gusta beber a solas –murmuré.

–¡Qué impaciente! Ni siquiera has respondido a mi pregunta… –insistió.

(¿Y cuál era la pregunta? ¡Ah, sí!)

–Quererte… Más bien deberías preguntarme si te tengo miedo… Te corroe la ambición, querida Cleopatra.

Sonrió con aparente cansancio.

–No seas tan arisco… Me recuerdas a Octavio Augusto cuando te pones en ese plan. Además, todo eso ocurrió hace dos milenios.

–Me da igual. Hay mujeres que no cambian nunca…

Durante unos segundos estudió la estrategia a seguir. Estaba deseando empujarme contra las cuerdas. Al final optó por comportarse como una dulce gatita. Me tomó por la cintura y dejó reposar la cabeza en mi hombro. Sus manos suaves incendiaron hasta la última célula de mi cuerpo.

–Lennie, querido. Cualquiera diría que nunca has roto un plato –dijo al tiempo que me quitaba el sombrero para luego lanzarlo hacia atrás, al azar.

Y mientras ella me colocaba el cuello de la camisa:

–No es eso… –quise excusarme.

Después de un silencio:

–¿De veras no me quieres… ni siquiera un poquito? –preguntó con estudiada ingenuidad.

Cleopatra sabía ser encantadora. Encantadora y letal. Amaba con la misma astucia con que hacía política de Estado.

Pese a todo, y para mantener intacta mi dignidad, me negué a responder.

Así estuvimos largo rato, meciéndonos en silencio en la oscuridad del salón de mi apartamento. Por la ventana abierta se colaban las melodías del piano de Duke Ellington, que aquella noche tocaba con su banda, abajo en el Cotton Club.

Francisco Rodríguez Criado, Un elefante en Harrods, De la Luna Libros, Mérida, 2006).

Un elefante en Harrods
  • Rodríguez Criado, Francisco José (Autor)
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