Días atrás encontré en el disco duro de mi ordenador un relato corto que escribí hace siglos. Se ve que no me convenció y lo dejé aparcado “ad aeternum” en una carpeta profunda de Windows. Pero nada es eterno en esta vida, y ahí estoy, tratando de darle una segunda vida al relato fallido.
El texto sigue sin ser nada del otro mundo, y no lo será nunca, intuyo, pero poco a poco estoy añadiendo algunos elementos que van a suponer, creo, un par de puntitos extras en la nota final, lo cual no es nada desdeñable.
Es lo bueno que tiene la literatura: tus textos estarán siempre ahí, susceptibles de ser mejorados. Y no todo el mundo puede reparar los errores del pasado.
Imaginad, por ejemplo, a ese futbolista al que el portero le paró el penalti en la final (de la Champions, del Mundial, de la Liga…). Ay, si ese futbolista pudiera repetir la pena máxima y tirar la pelota por el lado contrario al que se lanzó el guardameta. Él no tiene derecho a reparar su error, estará en su mente mucho tiempo, quizá toda la vida, fustigándole, minando su moral… Pero quienes escribimos sí podemos enmendar los errores del pasado.
Alguna ventaja debería tener esto de juntar letras, ¿no?
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- La hipérbole
- La personificación literaria (o prosopopeya)

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