Elijo vivir según mis convicciones. Por eso cuando el señor inició los preparativos para su viaje a Almazán (es decir, dispuso que yo me encargara de todo, como siempre), dando a entender que yo no le acompañaría esta vez, comencé a urdir en secreto mi plan.
Cuando el taxi llegó a la finca en la fecha señalada, el señor trató de despedirse de mí, pero yo me apuré en sacar mi maleta, sibilinamente escondida, e introducirla con las pocas fuerzas que me acompañaban en el maletero.
Me miró incrédulo y, sin articular palabra, me pidió una explicación.
–Le prometí a su madre que cuidaría de usted. Y ahora usted me necesita más que nunca. ¿Quién le preparará la comida, quién le procurará la medicación, quién hará la compra?
La cara del señor (yo le llamo así, “señor”, aunque él se queje de tan pomposo tratamiento) era todo un poema. Lívido por la ira, me fulminó con la mirada.
–Quiero estar solo, Joaquín. Necesito estar solo –me dijo calmo, dominándose, incómodo de que el taxista presenciara aquella escena de insubordinación.
–Soy una tumba. Siempre he sido una tumba, señor. Nadie está más solo que en mi compañía –dije.
El señor me miró boquiabierto, esbozó un rictus de estupefacción y acto seguido, incapaz de contenerse, soltó una larga carcajada. Era una carcajada de asentimiento, de claudicación, de “tú ganas”. Su viejo asistente le había doblegado el pulso por primera vez, a él, todo un académico, hombre de buena cuna. Creo que estuvo a punto de decirme: “¿De veras vas a cuidar de mí? Mírate: tienes ochenta años, tus movimientos son cada día más lentos, te cansas más de la cuenta. Más bien tendré que cuidar yo de ti”. Pero se limitó a decir:
–Sube –sonrió. No le veía sonreír desde la muerte de su esposa, once meses antes–. No perdamos tiempo. Almazán está a dos horas de camino.
Subí al taxi y me acomodé en el asiento del copiloto.
El señor se arrellanó en el asiento trasero y cerró los ojos. Estaba deseando llegar a Almazán, la adorada población que le vio nacer sesenta años antes y donde, yo estaba seguro, él, ahora muy deprimido, había planeado despedirse del mundo… prematuramente.
En honor a mi promesa, el poco tiempo que me quedaba de vida lo iba a consagrar a tratar de preservar la suya.
Francisco Rodríguez Criado
El microrrelato «El viaje», de Francisco Rodríguez Criado, ganó el III Concurso de Microrrelatos del Ayuntamiento de Almazán, Soria (2022).
Ejemplo de narración en segunda persona – Corrector Literario
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