Ahí va una obviedad: para un mejorar un texto hay que leerlo. Detenidamente y con espíritu crítico. Conforme lo va leyendo, el corrector de estilo se dedicará a señalar todas las deficiencias que encuentre a su paso: deslices ortotipográficos, puntuación incorrecta, faltas de ortografía, discordancias semánticas, dobles espacios, redundancias, etcétera.
Pero eso no queda ahí: el corrector de estilo puede dar consejos sobre cómo configurar el escrito en el procesador de texto (la estética es más importante de lo que piensan algunos), aconsejar sobre moderar la acumulación de adjetivos que vienen a significar lo mismo.
¿Algo más? Sí, puede alertar sobre la inconsistencia de algún personaje. Los errores a veces son inapreciables. Podemos, por ejemplo, llamar Marta a un personaje femenino de una novela y, en páginas posteriores, citarla por error como María. El corrector vigilante estará ahí, tratando de poner las íes en su sitio. (Y lo que no son las íes.
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Francisco Rodríguez Criado
Escritor y corrector de estilo profesional

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