Ernesto no para de sorprenderme. Aunque se ha ganado a pulso la reputación de fantasioso, a veces echa mano del realismo más prosaico.
Ayer, por ejemplo, a las puertas de la guardería, un compañero de su clase corrió hacia nosotros para darnos el parte del día:
–¡Nesto, en casa tengo un dragón!