Un autor (para mí desconocido), lector de uno de mis blogs, me ha enviado un email para preguntarme si puedo leer algunos de sus microrrelatos. Esta persona quisiera saber si sus textos tienen calidad literaria. Por un lado, piensa que podrían ser de valor, pues recibe buenas críticas de parte de familiares y amigos; por otro, ha enviado esos microrrelatos a varios concursos y no ha ganado ningún premio.
O decir, se debate entre el yin y el yang. Entre el blanco y el negro. Sí, pero no. No, pero sí. ¿Qué debería opinar de sus propias creaciones literarias?
No he podido contestarle a este autor (no consigo encontrar su email en mi programa de correo) y, por tanto, no he leído sus microrrelatos. No obstante, diré algo: los dos puntos de referencia que hasta ahora le servían (o no) para evaluar sus creaciones no son ni mucho menos los mejores.
Voy a explicarme echando mano de mi experiencia como escritor, corrector literario, profesor de talleres de escritura creativa y, no menos importante, como lector compulsivo.
Cuando uno está empezando a escribir, la opinión de familiares y amigos es por lo general un estímulo para no abandonar la batalla. Sus palabras de ánimo son muy importantes, sobre todo en los inicios. (Quien lo probó lo sabe). Ahora bien, estas críticas han de ser a la fuerza favorables, pues las emiten seres queridos (que, todo sea dicho, quizá no distingan un buen texto literario de uno malo). Cabe pensar que su objetivo no es el análisis literario, sino la transmisión emocional de buenas vibraciones. Yo no les concedería mucha credibilidad a esas opiniones, a no ser que procedan de personas cualificadas en la materia.
¿Y qué pasa con los certámenes literarios? Pues ocurre casi lo mismo, solo que desde el otro lado de la moneda.
Ganar concursos literarios puede ser una buena forma de validar las bondades de nuestra obra, pero no ganarlos no tiene por qué indicar lo contrario. Cada vez son más las personas que escriben, y el número de participantes es por ende también cada vez mayor. Se convocan muchos certámenes literarios a los que se presentan… toneladas de autores. Ayer mismo leí la noticia de que determinado concurso de novela ha recibido 1.000 ejemplares. ¡1.000 candidatos para un solo premio! ¿Quiere eso decir que los 999 candidatos no ganadores son malos escritores? En absoluto. Habría que estudiar cada caso, pero es más que probable que al menos veinticinco de las novelas que optaban al premio también podrían haber ganado. Son tantas las variables que entran en juego…
Yo mismo he ganado varios concursos literarios, pero he fracasado en muchos otros. (De nuevo el yin y el yang). ¿Soy buen escritor por los premios conseguidos, o soy mal escritor por los premios que se han quedado en el camino?
Así pues, creer que uno no vale porque no tiene la suerte de ganar concursos es un error de cálculo.
Decía arriba que no he podido leer los microrrelatos que pretendía enviarme ese autor. No los he leído, pero sí su email, y doy fe de que no estaba bien redactado. Yo empezaría por ahí, por trabajar el aspecto formal de los textos. Ya lo he dicho muchas veces: una mala redacción (o, si se prefiere, una redacción no lo suficientemente buena) lastra los textos literarios y las opciones de triunfo de sus autores.
Lo mínimo que debería tener un texto que se presume literario es una buena redacción. A partir de ahí podríamos entrar a valorar el resto.
En resumen: no hagamos mucho caso a los comentarios bienintencionados de nuestro círculo más cercano (si no son eruditos en la materia), ni tampoco concedamos excesiva importancia a los fracasos que cosechemos en los concursos, donde entran en juego demasiadas variables, algunas de ellas ajenas a la propia literatura…
Vayamos, como diría Simeone, partido a partido, sin precipitarnos en las conclusiones. La literatura es una carrera de fondo. No es momento de dejarnos llevar por lo que digan unos u otros.
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